Oscuridad

¡Corrí, corrí sin lograr ver nada!
Así empezó la tarde saliendo del “Sunset” cuando unos hombres tomaron
mis brazos y cubrieron mi cara, supe que era el momento de pagar mis
deudas, la justicia solo existe en el plano terrenal.
Percibí los sonidos de un auto con el motor en sus últimos momentos, se
revelaba a morir. Durante el trayecto sentí como una piedra tropezó el
camino.

- “¡Mierda! Anda con cuidado”
No logré reconocer la voz, hasta que sus manos rozaron mi cara para
encarar el primer golpe, una bofetada de sometimiento donde percaté el
asqueroso olor de un esmalte barato.
Siento que llego al destino final y no me atrevo a decir nada aún, pero logró
oír la pesadez al caminar de un hombre que se acercó, puedo olerlo, su
perfume semidulce es mi primera pista.

En el verano del 96’ lo conocí, saliendo de una obra llamada “Cats”, se
acercó a mi, cerca de la puerta justo cuando nos vimos se animó a hablar
y dijo:

- “He notado que te ha encantado la obra, no te conozco, pero mira
que peculiar a uno de los personajes se le ha caído una cola...te he
querido dar este detalle”.

Aceptando aquel regalo suave y peludo, no me pareció extraño, sentí por
el contrario que fue valiente, pero no logré ver jamás las señales claras ante
tal ofrecimiento.

Sus métodos siempre fueron pocos comunes, era difícil de predecir, ya en
este punto, la hiperventilación me domina. Nunca fui amante de
la oscuridad.

Empiezo a sentir que me arrojan pequeñas piedras, con formas de granos,
ya parada me traspasan, los misiles vienen de todas las esquinas, solo
exclamó el dolor de mi piel rota, pero aún decido no hablar.

Un ruido me estremece en medio de la tortura, son como miles de papeles
de plástico doblados, me atormentan, me lastiman cortando con cada filo
del pliego. Estoy descalza, con abolladura en los pies, siento pequeños
pedazos como macarrones secos, recuerdo esto por mi pasado, cuando
tumbé toda la pasta para la cena en mi casa, es obvio que el castigo
siempre llega.

Él nunca perdonó la traición, no se puede caminar haciendo daño y
saliendo impune, su toxicidad fue lo que me atrapó una vez y es lo que me
lleva al final. Nunca me habló, sabía que su silencio era mi segunda tortura,
pero mi orgullo era el suyo.

Nuevamente me encuentro en el auto, solo escuchó el motor andar, en un
punto dejé de sentir al conductor, pero el motor aún andaba, el maldito
motor... de repente, un estruendo estremece mi cuerpo, aún no logró ver
nada, mi respiración se tranca.

Siento mis pies mojados y por fin, el motor dejó de sonar, recuerdo de
repente la siguiente frase:
- “Si te has de morir en mis manos, te llevaré al lugar donde tus
miedos serán tu fin”.

Lo dijo, lo hizo y lo cumplió, en el medio de la oscuridad, mi muerte llegó,
al mismo tiempo que el motor se ahogó, se ahogaron mis pensamientos.
El salitre se sentía puro, siempre respeté al mar y hoy muero en él, dentro
de un auto, acompañada de un motor viejo, soy parte de un oscuro final
donde nunca vi la luz llegar.

Escrito por: Dana Silva


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